Sesenta mil ojos
treinta mil hojas
empecinadas en reaparecer
en decir presente a los presentes
aunque de ellos no quede más
que la juventud de las imágenes
porque desde antes estaban yéndose.
Vaya a saber dónde
se cuelan los adioses sin tumba
y dónde las canciones de cuna
que para arrullarlos
cantamos.
¿Dónde sus sueños, sus pasos, sus gritos?
¿Dónde estábamos que no dijimos nada?
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